Con cada abrir y cerrar de ojos murmuras de nuevo este mantra

Ante el calor de la llama (que ya no controlas, y que ha consume nuestros hogares, nuestras vidas)

Atravesándote en cada instancia como un rayo en la noche clara

Ya no queda más que una oración que asoma sin vergüenza

Entre las grietas y las sombras de tus muros agazapada y perenne como tu melancolía, un impulso que expone lo vergonzoso que es existir

Roguemos por que se olvide la idea de libertad pues ya no sirve para explicar quiénes somos Ni quienes pudiéramos ser, siquiera.

Parecen faltarte palabras que encapsulen el vacío que consume tu paciencia.

Nace entonces de tus entrañas,

Emana de tu boca un conjuro eterno, una bendición inanerrable:

 

Quiero sentir el abrazo eterno al caer

Que se congele el instante cuando me traicione mi coraza

(a quién yo también traicioné sin cuidado)

para así permanecer

inmune a las cadenas que nos atan a la ciencia

Ruego que caigan del cielo las aguas que con tanto celo guardan los dioses

Y que al fin se calme la insaciable sed

 

Anhela pues el calor de esta llama, pues crees en el tiempo y tu vida se extingue

Añora el tacto de la certeza no más de un segundo, vil y mezquina

No hay pasión en las palabras, son jadeos y suspiros que con tu saliva se mezclan y convierten tu plegaria en verbo, no alterando la física, sino torciendo el mundo

La oración supone un pacto que te concierne únicamente a ti

y te define como un llanto, como una mentira.

En cada instante, por siempre,

ruego.

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